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El falso orgullo de la pluralidad lingüística

1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla. 
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. 
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
(Artículo 3 de la Constitución española de 1978)

La existencia de la pluralidad lingüística en España es evidente: castellano, gallego, euskera y catalán conviven en el territorio nacional junto a todos sus dialectos, incluyendo además los casos menos reconocidos, como el aragonés o el asturleonés. De manera oficial, como muestra el artículo 3 de la Constitución española, España se enorgullece de esta pluralidad, que forma parte así de su patrimonio cultural y debe ser respetado y protegido. Pero estamos de nuevo ante una versión oficial frente a una situación real.

Siendo claros, es mentira que toda España sea plural, sino que determinadas zonas del territorio español tienen más de una lengua, es decir, son comunidades bilingües, una cuestión que enriquece lingüística y culturalmente a quienes lo son. El problema reside en cuando este motivo de orgullo se convierte en arma política, dejando de ser una cuestión cultural para empezar a dividir, cuando realmente las lenguas, como medio de comunicación, deberían servir para unirnos más.

Cuando nos acercamos al estudio de la situación lingüística del país, se nos refiere esta necesidad de orgullo y enriquecimiento que supone la diversidad lingüística, pero la falacia es patente: nos piden ser felices con algo que, por sí mismo, no nos produce ninguna felicidad. Esta situación es especialmente evidente cuando no somos practicantes de esa variedad, cuando realmente nos resulta ajena y cuando, por la inoportuna acción política, nos parece siempre un objeto de discusión y no un bien preciado.

Mapa "Dialectos del castellano y otras en lenguas en España", de Martorell, recogido en Lenguas y dialectos de España (1994), de Pilar García Mouton. Editorial Arco Libros: Madrid. Disponible bajo licencia CC BY-SA en Wikipedia.
No faltan en este ardiente debate numerosos errores de nomenclatura, vagas definiciones que no se corresponden con la realidad y donde prima más la subjetividad que el auténtico rigor. Hay incluso quien llega a afirmar que el catalán es un dialecto del castellano, denotando que no conoce el auténtico significado de dialecto y si acaso se puede seguir hablando de dialectos con tanta ligereza. Surge aquí el mismo problema que con términos que se han quedado anclados en el imaginario colectivo, pero que siempre son origen de debate entre los estudiosos: ¿es válida, por ejemplo, la denominación generación (del 98, del 27...)? Actualmente, la mayoría señala que no, pero que cumple una función pedagógica clara, gracias a lograr clasificar un periodo literario. Quizás lo mismo sucede con el término dialecto

Nos resulta más sencillo encorsetar fronteras lingüísticas en un mapa, cuando la realidad es que esas líneas son realmente vagas. De la misma forma que ninguna persona se acostaba medieval el 31 de diciembre de 1491 y se levantaba renacentista el 1 de enero de 1492, no existe una diferencia total entre una de esas líneas dibujadas en el mapa. Incluso es más: tampoco dentro de los territorios hay un habla común. Centrándonos en Andalucía, por ejemplo, podemos observar gracias a los estudios que se realizaron en los años 60 con el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA, para los amigos, y en adelante) que existe diversidad en la comunidad autónoma, que hay diferencia entre un almeriense y un sevillano, o que existe una frontera lingüística entre la parte occidental y oriental. Y aún así, siempre hay excepciones, porque siempre las hay

Incluso podemos percibir cómo de anticuado se ha quedado el estudio, realizado en una época donde la televisión no era aún de masas, y más si tenemos en cuenta que el objetivo era encontrar a personas que tuvieran poco o ningún contacto con la televisión, que no hubiera viajado y que fuera lo mayor posible. Pero aún su valor es incalculable y nos ofrece datos muy interesantes, aunque estos no sean el tema primordial de este artículo.

Mapa 1822 del ALEA donde se muestra la división en la preferencia entre ustedes y vosotros
La línea que nos muestra el mapa 1822 poca relación tiene con una frontera política y aún así tan solo nos ofrece la idea de una realidad gramatical y léxica (con algunas diferencias fonéticas), distantes aún de los resultados que arrojan otros mapas. Esto nos sirve de ilustración para desmontar el mito de los dialectos como compartimentos aislados. En estos casos prefiero referirme al continuum dialectal, a una gradación geolingüística donde hay zonas puras de ciertos fenómenos contrarias y zonas mixtas.

Ahora bien, ¿es el catalán o el gallego un dialecto del castellano? No, en ningún caso. Ni, obviamente, el vasco o euskera, una lengua cuyo origen sigue siendo enigmático y también objeto de debate, pero que dista de ser románica como las otras tres mencionadas. El castellano junto al catalán y el gallego sí son dialectos históricos, pero no del primero, sino de otra lengua: del latín. Las tres son distintas evoluciones del latín y, por tanto, lenguas romances o románicas, como sucede con el italiano, el francés o el rumano. Por ello tienen tantas similitudes, aún más si recordamos el continuum antes mencionado. 

Muchos recursos del catalán, por ejemplo, se asemejan a la evolución francesa, italiana o gallega antes que a la castellana, por distintas razones diacrónicas que poca relación tienen con la situación sincrónica actual de cualquiera de estas lenguas; es decir, que todas ellas evolucionen desde el latín con diferente resultado no tiene relación con su estatus actual en cuanto lenguas independientes, pero hermanadas. No en vano, y siguiendo el símil familiar, castellano, catalán y gallego son lenguas hermanas, hijas de una misma madre, el latín. Por tanto, son lenguas y no dialectos entre sí. Aún más, las lenguas necesitan de cierta resistencia política que, de no existir, merma su existencia, como podemos comprobar con los casos del asturleonés (y bable) o del aragonés, casos especiales en los que no nos detendremos ahora.

La evolución histórica, relacionada con la conquista del territorio peninsular por parte de los reinos cristianos, propició precisamente la expansión del gallego-portugués por toda la costa atlántica (de ahí las semejanzas entre el gallego y el portugués, de la misma raíz común, aunque con el tiempo más distanciadas en la forma), del catalán-valenciano-balear por la costa mediterránea y las islas y, finalmente, del castellano en una expansión en forma de cuña desde el norte hasta el sur, ocupando lo que hoy conocemos como Andalucía. 

Portada del Libro de alabanças... (1574)
Por otra parte, como hemos comentado con respecto al gallego, también el catalán tiene sus propias variantes, pues como he podido observar y escuchar por parte de hablantes de esta lengua, existen diferencias entre el valenciano, el ibicenco, el mallorquín o el catalán (entendidos todos como variantes que recogen el nombre geográfico: de Valencia, de Ibiza, de Mallorca, de Cataluña). Incluso esta ha ocasionado debates internos: ¿es el valenciano una lengua o se trata de un dialecto del catalán? ¿Por qué se conoce como catalán al catalán y no como valenciano? Etcétera. Debates en el que, por desconocimiento, no entraré. Solo puedo atestiguar que la antigüedad de este tipo de debates ya estaba presente en el siglo XVI, como muestra el Libro de alabanças a las llenguas hebrea, griega, latina, castellana y valenciana (1574), de Rafael Marti de Viciana.

Regresando finalmente al tema central, tenemos aquí numerosos debates, pero la realidad es que convivimos en un territorio donde se manifiestan diferentes lenguas, con una común en todo el territorio y otras que solo están presentes en determinadas zonas y/o comunidades. En estas últimas, se realizan políticas lingüísticas para defender, instituir y fomentar el idioma que consideran propio, con toda su legitimidad, pero esto crea discrepancias que van contra la pluralidad lingüística (elemento tan defendido en la teoría).

No estamos faltos de anécdotas de usuarios que se encuentran con una especie de muro lingüístico cuando emplea el castellano en algunas de estas zonas, últimamente y especialmente sucede con Cataluña. Personalmente, tengo una vivencia personal similar. Y resulta extraño ese muro, ese orgullo de responder en un idioma distinto cuando se es bilingüe, pero no es una cuestión lingüística, sino que depende en muchas ocasiones de la educación o, incluso, de la ideología de la persona en concreto. También se pone el ejemplo de que esto no sucede con un turista extranjero (inglés, alemán, etc.), lo que nos da señas de que no se trata de una circunstancia lingüística, sino de algo relacionado con política y sociedad. No podemos recurrir a estos argumentos para hablar mal de un idioma o para degradarlo. Aún menos en un país que defiende en su Constitución respeto y protección para todas sus lenguas. Y eso incluye también a los cargos políticos, de cualquiera de las partes. Sobra recordar algunas de las declaraciones que tanto daño social causan empleando ideas lingüísticas (o incluso tópicos rancios) como armas.

Llibre del fets
¿Cómo solucionar esta visión tan errónea de nuestra riqueza lingüística? Mediante aplicaciones políticas lingüísticas, algo que se ha llevado a cabo en las comunidades bilingües, pero no a nivel estatal. Las resoluciones a nivel estatal son algo irrisorias, pues no atienden a la realidad diaria, sino a gestos en mucho caso decorativos.

Puede resultar una utopía, pero quizás una solución viable, que desde aquí propongo personalmente, sería convertir a España en un país plural lingüísticamente en todos sus territorios. Por ejemplo, en un país multilingüe resulta curioso que no se ofrezca gratuitamente o de manera institucional una enseñanza en esos idiomas, ni siquiera la opción. Si se ofreciera, si el catalán, el gallego o el vasco entraran en la vida de castellanos, andaluces, madrileños, extremeños, etc., quizás la visión de los ciudadanos cambiaría, porque estos idiomas comenzarían a ser suyos, y ellos mismos serían plurales. Promocionarlas, enseñar en ellas y, no hacerlas globales, pero sí estatales. 

¿Cómo podría mejorar esta propuesta la situación actual? Si, como se defiende, la pluralidad es riqueza y nos ofrece una mejor visión del mundo y de la cultura, que esto sea accesible para todos solo permite el enriquecimiento y acabaría con las diferencias de trato hacia los idiomas, pero también hacia una situación social de división. Además, seríamos capaces de acercarnos a obras en su idioma original, como la épica valenciana de Tirant Lo Blanch, las poesías gallegas de Rosalía de Castro o la considerada primera novela en euskera, Peru Abarca, de Moguel. O acercarnos y entender mejor grupos musicales que usan estos idiomas, ganando además en impacto al abrirse a más oyentes que los comprenden (aunque en muchas ocasiones la calidad musical no la requiera).


Sin embargo, la preferencia es buscar un espacio de diglosia, de cierto racismo lingüístico, sea de una o de otra parte. Dividir en vez de enriquecer. La elección de un único idioma en un territorio donde conviven hablantes de distintas lenguas es reducir un mundo que ofrece muchas posibilidades.

Y dejar de emplear una lengua como arma.

Lo bueno en los grandes poetas de todos los países no es lo que tienen de nacional, sino de universal
Henry Wadsworth Longfellow

Nota final: Los comentarios están abiertos al debate, pero siempre de forma educada y razonada. No se aceptarán insultos u ofensas. 

20:32

¿Hacia dónde voy? Historia de quien escribe y oposiciones

Comienza un nuevo blog y en esta ocasión lo hace de una forma muy personal. Seguramente la más directa y personal que he realizado hasta ahora. Por ello, seguramente lo mejor sea que comience por explicarme a mí mismo a vosotros, posibles lectores, quién soy y hacia dónde me dirijo.

En mi relación con las redes he tenido varios sobrenombres, pero desde mi etapa como universitario he preferido finalmente mi nombre: Luis J. del Castillo. Así podéis reconocerme por la red y desde ese nombre os escribo. Habito actualmente en Granada capital, aunque soy de la costa de esta provincia, concretamente de Almuñécar. Lector desde muy joven y, desde hace unos años, cinéfilo. De carácter serio y profesional, pero de trato amable, soy una persona que siempre ha tenido claro ciertos objetivos vitales. El principal tiene relación con el trabajo: cuando cursaba 3º de ESO, a eso de los 14-15 años, y la mayoría de chavales aún no saben qué hacer con sus vidas, pero llega el momento de escoger asignaturas para 4º, yo ya tenía claro una cosa que he mantenido hasta hoy: quería ser profesor, pero, sobre todo, profesor de Lengua Castellana y Literatura.


Esperad, sí, lo sé, vale, habrá quien diga: bueno, claro, esto puede ser porque es lo que conoces mejor a esa edad, también por las vacaciones o por trabajar para el Estado, algo seguro, o incluso habrá quién piense que menudo berenjenal en el que meterse, un trabajo en riesgo continuo. Aún más, habrá quién diga algo así como que me debería preparar para que me odien. Ojalá no sea así. No lo puedo saber, lo que sí conozco son cuáles son mis motivaciones.

La principal de todo es que a esa edad me apasionaba leer y lo sigue haciendo. Quizás es cierto que he reducido la cantidad, pero también cuento con menos tiempo libre, ¡estoy tratando de solventarlo! Pero eso no es suficiente, ¿verdad? No, la otra realidad es que me encanta enseñar, encontrar la forma de que alguien comprenda una nueva realidad desconocida o, mejor, lograr que una cuestión compleja y alejada de su vida cotidiana cobre algún interés para esa persona. 

Lo malo de emprender ese camino en 3º de ESO es que tardas mucho en comprobar si de verdad es lo que te gusta realizar. Sí, realicé algunos pinitos enseñando particularmente filosofía a una compañera que tenía que recuperar en septiembre y también he dado catequesis a niños más pequeños, pero adentrarme en el sistema escolar, en un instituto, como profesor, tardaría en hacerlo. En verdad, ha sido justamente este año gracias al Máster que sustituye al antiguo Curso de Adaptación Pedagógica.

Porque sí, en efecto, hice mis años de Bachillerato en Humanidades, me gradué en Filología Hispánica y realicé el Máster que me permitiría ejercer como profesor. Y tuve mis prácticas de 100 horas (y alguna más), y desde el primer día que regresé a un instituto, después de 4 años y medio, supe que sí, que allí quería estar, que quería descubrir nuevos modos de enseñar aquello que tanto me gusta. Que quería interesarme por aquellos alumnos, conocerlos, motivarlos hacia un futuro, realizar tareas juntos... Implicarme y enseñar. Creo que lo llaman vocación.


Ahora bien, la experiencia fue como saborear la miel que no has de volver a probar... hasta que no tengas espacio dentro del sistema gracias a aprobar unas oposiciones. Así que tras un verano para descansar y meditar sobre el futuro, con el Máster aprobado y mi TFM de investigación bajo el brazo, me voy a encaminar en el duro mundo de la oposición para profesor. 72 temas, comentario de texto, programación didáctica y defensa pública, muchos competidores, puntos de mérito, y, en fin, las mismas ganas e ilusión por conseguirlo que desilusión al pensar en qué fútil ha sido el camino.

No cambiaría estos cinco años por nada: los compañeros, la vida universitaria, las asignaturas, etc. Quizás tan solo cambios que me parecen lógicos y sobre los que ya opinaré en este mismo blog más adelante. Ahora toca opinar sobre el sistema para escoger profesores. Un examen, un examen para demostrar que sí, que eres buen... estudiante. Y mucha posibilidad de una vida inestable, la del interino sin plaza fija que puede vagar por una comunidad de la magnitud de Andalucía. 

No, las oposiciones no me parecen ni justas para quien recién llega ni realmente fiables. Ninguna de las pruebas me da la sensación de que evalúe las características que un profesor debiera tener, tan solo el conocimiento y la burocracia. Porque sí, debes realizar una programación, pero igual que sucede con tantas cosas, es algo que parece que después no te exigen con tanta necesidad, sobre todo cuando le das la bienvenida a los libros de texto (harina de otro costal, sobre lo que también tendré oportunidad de hablar en otra ocasión). No importa (o importa poco) lo realizado en tu carrera, o aún más, que tengas una calificación x o y. Y también da igual que vengas de nuevas o que lleves x años de experiencia... porque compites en igualdad de condiciones con quien, por años trabajando, lleva ya un buen colchón de puntos de interino como para obtener plaza (algo justo para ellos, que se lo merecen, pero injusto para el resto).

Es fácil comprobar con estas palabras que estoy en desacuerdo con el sistema de las oposiciones, de la misma forma que valoro otras opciones que no solo servirían para medir a nuevos profesores, sino que aumentarían la cantidad de personas encargadas de la educación de los jóvenes a la par que serviría para que un evaluador con experiencia observara las cualidades positivas (o negativas) del futuro profesor. Un sistema donde se integre a la gente a través de unas prácticas, ¡ojo!, bien medidas en el tiempo, bien manejadas, remuneradas, pero sin convertirse en un minitrabajo que durase demasiado.

Fotografía de Mariela B. Ortega
Para un graduado con Máster, bien podría bastar dos cursos en diferentes centros para demostrar su valía como profesional a ojos de un tutor, del resto del departamento en el que participe o de un inspector. Con posibilidad de un tercer curso en caso de suspender la evaluación de estos profesionales. Y, por supuesto, el llamado "funcionario en prácticas" que todo profesional del Estado desempeña en su primer año de trabajo, con posibilidad de encontrar plaza a la que atenerse. Porque así se podrían realizar proyectos a largo plazo que una interinidad no permite nunca. Aunque también conlleva una inversión en educación que quizás no se está dispuesto a realizar.

Pero bueno, esto iba a ser una presentación y se ha convertido en una especie de lamento. Creo que serán textos así los que podáis encontrar por aquí. Mi opinión sobre distintos temas de muy diversa índole, algunas cuestiones más triviales o alguna reflexión personal que me gustaría compartir con vosotros.

Habrá cosas que no encontréis aquí: no habrá reseñas, ni críticas, ni nada similar, de libros, películas, música, etc., porque eso lo realizo en Baúl del Castillo, tampoco creo que, de momento, haya aquí textos literarios realizados por mí, cuestión para la que dedico de forma esporádica La Frontera Olvidada. Pero esto último quizás pueda variar. Todo lo demás, aquí, en Los tragaluces, distintas ventanas desde donde observar la realidad que se filtra hacia el suelo. Nombre que tomo prestado de la obra teatral de Antonio Buero Vallejo, El tragaluz (1967), de mis dramaturgos favoritos.

Espero compartir con vosotros opinión, debate y, sobre todo, diálogo.

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